Reconocí su voz inmediatamente, después de hablar con ella en alguna otra ocasión. A mi también me reconoció y me trató siempre por mi nombre "señor Martín" antes de yo decirlo. ¿Cómo se encuentra estos días? ¿Se le pasó ya sus dolores en el espalda?Después de medianoche sentado en una silla en la sala de espera frente a una pantalla en la pared que emitía música, anuncios publicitarios y recomendaciones sanitarias, se acercaba la hora de mi cita. La sala estaba dividida en múltiples departamentos separados por tabiques modulares de media altura, aunque parecía bastante lleno, apenas si se percibían las conversaciones, casi nadie hablaba, todos permaneciamos pendientes de la pantalla de la pared o la de nuestros teléfonos.
A la hora en punto de mi cita apareció mi nombre en la pantalla "señor Juan Martín diríjase a la cabina número treinta y dos, en breves momentos le atenderemos". Me encaminé por un pasillo amplio con paredes blancas y muy iluminado hasta encontrar la puerta con el número 32. Al abrirla vi que era exactamente como la recordaba, solo cambiaba el estampado de las paredes, en ésta eran rosales con flores rojas. Al cerrar la puerta tras de mi, se oyó una voz que parecía provenir de la pantalla de enfrente, "por favor, siéntese". La cabina era rectangular, muy pequeña, con el sillón en centro, una consola en la pared con una serie de artilugios colgados y la pantalla enfrente en la que aparecía la imagen de una mujer con una bata blanca, pelo moreno y gafas. "Señor Martín, nos ha comentado que siente miedo, tristeza, ahogos y taquicardia", no me dio tiempo a contestar, cuando siguió con el monólogo, "Por favor, póngase de pie y dé un paso al frente, colóquese, sobre el círculo verde y manténgase quieto cinco segundos".
"Tome el tubo número cinco y sople fuerte tres segundo". "Bien"
"Ahora ponga la mano en la pantalla número ocho, un poco más, perfecto"
"Finalmente introduzca el dedo índice de la mano izquierda en el hueco doce, sentirá un pequeño pinchazo, no se preocupe, no le dolerá". "Muy bien".
"Por favor, siéntese de nuevo, enseguida tendremos los resultados"
Doctora, también tengo un poco de temblor en la mano derecha, me atreví a decir, un poco indeciso. "Eso ya lo dijo en su solicitud de consulta" me respondió, mientras exhibía una amplia sonrisa en la pantalla.
En el rato de espera, eterno para mi, me entretuve en leer los derechos y obligaciones de los pacientes que aparecían en la pantalla tras pulsar en el recuadro con el texto DYOP
OBLIGACIONES
* Responderá a todas las preguntas de los doctores con claridad y concreción.
* Los pacientes están obligados a realizar todas las pruebas que se les indique.
* Seguir el tratamiento que se le prescriban y comunicar cualquier incidencia o efecto negativo del mismo. Asistir a los centros que se le indique en el horario establecido.
* Realizar todas las recomendaciones que se les indique por los médicos o auxiliares.
Y al final del listado:
* En caso de no seguir sus obligaciones le será retirado el tratamiento e internado en el centro de evaluación al que se presentará voluntariamente o en su caso será activada su localización, y llevado al mismo por los guardianes de la salud de la comunidad.
DERECHOS:
Todos los pacientes tienen ...
Desde mi jubilación forzosa me hacían unas revisión medica obligatoria cada seis meses, análisis exhaustivo de sangre, orina, saliva, revisión de iris, tensión, audiometría, temperatura corporal, capacidad pulmonar, etc. No me convencía mucho la publicidad del canal nacional donde se elogiaba el sistema sanitario y los grandes cuidados a los ciudadanos.
No pude seguir leyendo, en la pantalla, apareció de nuevo la doctora con su sonrisa digital, "por favor, siéntese, le voy a comunicar el diagnóstico".
Al salir por la puerta del centro ya sabía perfectamente cuál era mi futuro. Después de informarme del diagnóstico de modo directo y sin vacilaciones, según lo programado, muy amablemente concluyó que tenia 5 días para "arreglar mis asuntos antes de ingresar en el centro de evaluación, cuya estancia podía ser prolongada". Aunque nunca había estado en uno de ellos, no conocía a nadie que una vez ingresado hubiera vuelto.
Ya a mis cincuenta y seis años no tenia muchos asuntos que arreglar, mi hija vivía en la otra punta del mundo y hacía más de cinco años que no la veía, desde que se fue con su compañera huyendo de "la felicidad programada" que como ella llamaba el estado de cosas. Solo hablaba con ella una vez al mes hasta que ya no llamó más, hace más de dos años, yo intenté conectar pero el servicio de intercomunicación me decía que había problemas en los sistemas del lugar receptor. Ella se empeñaba en hacerme creer que en la comunidad los ordenadores y robot estaban sustituyendo a las personas en las oficinas, fábricas, escuelas, hospitales, limpieza, en fin en todos lados, y aunque yo también lo veía, me negaba a aceptarlo. Y yo le respondía en broma "menos para conducir autobuses", y ella "todo llegará", y seguía "a la gente que sobra la mandan a campos de concentración y allí desaparecen, se esfuman". Yo le decía que donde había escuchado esas tonterías, en la facultad, contestó. Nunca había oído algo parecido, ni en el trabajo o en las informaciones de los medios, bueno el único que podíamos ver donde aparecieran noticias, el resto eran de películas, deportes o entretenimiento. Desde pequeña siempre había sido muy rebelde, como su madre.
Después de mi jubilación obligatoria hace tres años y ocho meses cuando todos los autobuses pasaron a ser automáticos y los conductores que quedábamos en la compañía fuimos despedidos. Me proporcionaron un apartamento de 20 metros cuadrados donde no faltaba de nada importante, todo en pequeño, vales para dos comidas diarias, una cartilla de asistencia sanitaria tipo C, un teléfono TP y conexión para un canal de televisión. Ademas de 330 euros al mes para mis gastos.
Desde niño mi sueño era volar, no en avión, sino como los pájaros, a lo que más se parecía era el parapente, pero quedaron prohibidos después de muchos accidentes con los drones militares y de la policía.
De pie mirando hacia el fondo del barranco recordaba cuando conocí a Julia, la primera imagen de mi hija, el día que enterramos a mi padre, un repaso a los recuerdo, como para que no se perdieran en el tiempo. Era una mañana tibia de octubre de cielo gris y bastante viento del este, mis piernas temblaban, las manos en los bolsillos, la vista hacia el fondo.
Había dejado un mensaje para mi hija en el TP, breve y con voz entrecortada le deseaba que fuera feliz en su tierra y con su compañera, le reconocía sus razones para abandonar la comunidad y mi decisión final de volar hacia otro mundo.
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