Como todas la tardes, cuando el sol ya no achicharraba, los niños nos reuníamos en la calle después de sacarle unas pesetas a la madre y correr calle abajo hasta la plaza, apretando para entrar primero por la puerta de cristal, chocando uno contra otro, como si se fuesen a acabar los polos, esperando a tu turno, un polo de chocolate, pa mi uno de fresa y yo de limón. Y salir por la puerta paladeando los sabores y frescura que chorreaba mano abajo por el calor del verano.
El kiosco Bernanbeu era un edificio demasiado grande para un quiosco y a diferencia del resto los clientes podían pasar dentro a comprar. Tenia grandes cristaleras en la fachada de la calle Real, con dos puertas también acristaladas y al fondo un obrador donde se preparaban los polos y helados.
Era muy feo por fuera y el calor dentro inaguantable tanto por el sol que estaba todo el día por las grandes cristaleras como el que producían los motores de las neveras. En verano los helados salían casi descongelados y había que multiplicar el chupeteo para evitar los manchurrones sobre la camisa.
Pero nada de eso afectaba a la pasión de la chiquilleria por disfrutar de polos, cucuruchos de todos los tamaños, simples y dobles rematado por deliciosos helados, o tarrinas de fresa, limón, chocolate, nata, etc., polos de múltiples sabores, granizados de limón, y varias vitrinas llenas de todo tipo chucherías, chupachup, chicles bazooka, piruleta, polvos picapica, pipas, kikos, avellanas, insas duras y blandas, palotes, y por supuesto tortitas de maíz con miel.
El fundador de esta empresa familiar, Bernabéu, creo que de nombre José, llegó a Campillos años antes de la construcción del kiosco, de procedencia levantina y parece ser que se dedicó a la venta ambulante de chucherías y helados, alguien habrá que se pueda extender más en esta narración de años antes.
El kiosco que se situó en la esquina de la plaza de España (Antes dedicada al Cardenal Spinola) confluente con la calle Santa Ana era uno de los lugares de encuentro de los chiquillos y jovenzuelos que tras las compras se degustaban en los bancos cercanos, poyetes del mismo kiosco o escalinatas de la cruz de los caídos.
Ahora que muchos añoran este lugar ya desaparecido, incluso muchos pidiendo que vuelva, ya nada podría ser igual, y creo que todos los que lo conocimos nos quedamos con los olores y sabores que nos hace recordar una época de nuestra vida, y aunque hubiese helados más afamados, para nosotros los de Bernabéu eran los mejores del mundo.
Cierto . Recordamos el kiosco Bernabéu con ojos de niños; una copia sería un desencanto .
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