Mi querida hija:
Te escribo esta carta sabiendo que nunca podrás leerla, sé que no te llegará, aún así siento la necesidad de expresar mis últimas reflexiones antes que todo se acabe.
Ahora, una vez superados mis sesenta años de vida, quiero despedirme de ti y de la vida. Curiosamente nací el mismo día que salto por los aires la central nuclear de Chernobil -mi padre me decía que se adelantó el parto por el susto que había pasado mi madre al oír la noticia-
No sé nada de ti desde hace más de diez años, cuando las lineas telefónicas dejaron de funcionar definitivamente aquí al menos. Aún recuerdo nuestra última conversación en que me contabas lo mucho que estabas sufriendo por la falta de comida en las tiendas y panaderías, que no tenias trabajo desde dos años antes y se había acabado todo lo ahorrado, la violencia en las calles, asaltos, robos y asesinatos continuos o que el metro y los autobuses apenas si pasaban y siempre iban repletos de personas. Te dije en esa ocasión y otra veces antes que te vinieras para el pueblo, aquí con nosotros, que estarías mejor y entre todos tendríamos más posibilidades sobrevivir y ser felices. Pero ya los aeropuertos estaban llenos de aviones parados por falta de combustible y los pocos que volaban el precio de los pasajes era inalcanzable para ti. No te conté mis penurias para no hacerte más difícil sobrellevar las tuyas.
Cuando te fuiste a trabajar a la ciudad antes de despedirnos, recuerdo que tu padre te dijo: "Ana, no tengas hijos, les ahorrarás muchos sufrimientos". "Anda padre, no seas tan pesimista" le contestaste, y ahora sabemos que tenía mucha razón, nunca antes te había hablado de lo que pensaba del futuro para no preocuparte y porque en su interior siempre quedó una pequeña esperanza que al final se pudiese arreglar o mitigar el problema que nos amenazaba a todos, él lo sabía por lo mucho que había leído sobre el colapso que generaría la falta de combustibles que estábamos derrochando sin pensar en las consecuencias futuras, la escasez de agua y el calentamiento de la tierra. Y que desgraciadamente se han ido cumpliendo.
No se que ha sido de ti en estos años, si aún vives, ojalá sí, aunque no se si será mejor vivir que descansar para siempre y evitar todo lo que estamos viendo y padeciendo.
Yo aún sigo en el pueblo, aquí la mayoría de la gente no hizo ningún caso a los pronósticos que algunos intentabamos difundir en todos los medios, al alcalde, personas influyentes, cooperativas, pero pocos lo creyeron, y muchos se burlaban. Y ante la falta de medidas por los organismos internacionales, nuestro gobierno y ayuntamiento, empezamos a tomar las nuestras. Un día me dijo: "Emi, te sales con la tuya, volvemos al campo". Alquilamos algunas tierras en la rivera del río y con otros cooperativistas montamos nuestro huerto, árboles frutales y granja de gallinas y pollos, nos fuimos a vivir en una casita cerca del río, generábamos nuestra propia energía eléctrica con molinos de viento y placas, incluso producíamos biocombustible con parte de los restos de la producción para hacer funcionar la maquinaria. Aunque vivíamos muy humildemente, casi como ermitaños, solo compramos lo imprescindible y consumos lo que producimos, el resto lo vendemos o intercambiamos por otros productos. Lo cierto es que vivimos bastante felices durante muchos años.
La gente ya no podía viajar en sus coches, el precio de la gasolina era muy alto, las fábricas y comercios iban cerrando por falta de electricidad, materias primas y productos, la mayoría de la gente no tenía trabajo. Los ambulatorios seguían abiertos, con algún personal y sin medicamentos ni siquiera esparadrapos. Solo quedaron dos policías leales a su compromisos, el resto se marcharon después de meses sin cobrar su sueldo y por la falta de autoridad. El propietario de nuestras tierras quiso echarnos, nos negamos y solo podíamos pagarle con nuestras carnes, verduras o huevos, a lo que el señor se negó, y no volvimos a verlo más.
Hace más de diez años la gente se agolpaba en las puertas de nuestra finca pidiendo comida, al principio solo niños y personas mayores, después fueron muchos. Venían andado o en bicicleta desde el pueblo o pueblos cercanos, a los primeros le dábamos comida, a algunos comida a cambio de trabajo, pero un día una multitud asaltó nuestro almacén, destrozaron todo y se llevaron gran parte de nuestros productos. Pasamos por muchas dificultades para poder seguir adelante, pero lo superamos y nos vimos obligados a poner vallas, puertas y hacer vigilancia de noche y de día. Pocos años después fueron unos hombres, jóvenes, armados quienes se llevaron nuestras reservas de comida y combustible, venían en un camión, llegaron al medio día y entraron a la fuerza, tu padre se resistió, intentó dialogar, luego se opuso y le dispararon un tiro en el pecho. Murieron cinco personas más. Pasé los peores momentos de mi vida, por el dolor y desesperanza, aunque ya sabes que siempre he sabido sacar la fortaleza por encima de las dificultades.
Desde entonces vivimos armados, con mucho miedo. Ya apenas pasa gente por aquí y cuentan que el pueblo está casi vacío, las ciudades abandonadas y quemadas, nos hablan de las enfermedades contagiosas, el hambre, el calor y la falta de agua.
Después de dos años seguidos de sequía nuestra reserva de agua ha menguado y ya no podemos sacar muchos frutos, las enfermedades ha diezmado a los compañeros, no tenemos medicinas, solo a Alberto, nuestro médico, que ya está mayor y apenas si ve.
Yo estoy derrotada por el trabajo, por las pérdidas, la falta de alegría y este calor sofocante y continuo.
Aún así somos más de cuarenta en la comunidad, varios niños y algunos mayores, ya casi hemos superado lo peor, empezamos a organizarnos y a acoger a aquellos que llegan, esta semana un maestro, haremos una escuela. Los caballos y mulos empiezan a hacer las labores del campo, y todos se hacen la idea que volvemos a empezar de nuevo. Hemos empezado a explotar otras tierras vecinas que llevaban muchos años abandonadas, la propiedad privada ya no existe.
Yo te escribo para poner en orden mis pensamientos, para decirte y decirme que ya estoy cansada y sin energías, me voy con el mundo que hemos dejado atrás sabiendo que tenemos algunas esperanzas de sobrevivir en un mundo difícil que hicimos casi inhabitable. Estoy convencida que otras muchas pequeñas comunidades también han empezado de nuevo pegadas a la tierra, suplicando a Gaia que nos perdone, nos deje vivir y se vaya restableciendo del daño que le hemos causado.
Hace más de diez años la gente se agolpaba en las puertas de nuestra finca pidiendo comida, al principio solo niños y personas mayores, después fueron muchos. Venían andado o en bicicleta desde el pueblo o pueblos cercanos, a los primeros le dábamos comida, a algunos comida a cambio de trabajo, pero un día una multitud asaltó nuestro almacén, destrozaron todo y se llevaron gran parte de nuestros productos. Pasamos por muchas dificultades para poder seguir adelante, pero lo superamos y nos vimos obligados a poner vallas, puertas y hacer vigilancia de noche y de día. Pocos años después fueron unos hombres, jóvenes, armados quienes se llevaron nuestras reservas de comida y combustible, venían en un camión, llegaron al medio día y entraron a la fuerza, tu padre se resistió, intentó dialogar, luego se opuso y le dispararon un tiro en el pecho. Murieron cinco personas más. Pasé los peores momentos de mi vida, por el dolor y desesperanza, aunque ya sabes que siempre he sabido sacar la fortaleza por encima de las dificultades.
Desde entonces vivimos armados, con mucho miedo. Ya apenas pasa gente por aquí y cuentan que el pueblo está casi vacío, las ciudades abandonadas y quemadas, nos hablan de las enfermedades contagiosas, el hambre, el calor y la falta de agua.
Después de dos años seguidos de sequía nuestra reserva de agua ha menguado y ya no podemos sacar muchos frutos, las enfermedades ha diezmado a los compañeros, no tenemos medicinas, solo a Alberto, nuestro médico, que ya está mayor y apenas si ve.
Yo estoy derrotada por el trabajo, por las pérdidas, la falta de alegría y este calor sofocante y continuo.
Aún así somos más de cuarenta en la comunidad, varios niños y algunos mayores, ya casi hemos superado lo peor, empezamos a organizarnos y a acoger a aquellos que llegan, esta semana un maestro, haremos una escuela. Los caballos y mulos empiezan a hacer las labores del campo, y todos se hacen la idea que volvemos a empezar de nuevo. Hemos empezado a explotar otras tierras vecinas que llevaban muchos años abandonadas, la propiedad privada ya no existe.
Yo te escribo para poner en orden mis pensamientos, para decirte y decirme que ya estoy cansada y sin energías, me voy con el mundo que hemos dejado atrás sabiendo que tenemos algunas esperanzas de sobrevivir en un mundo difícil que hicimos casi inhabitable. Estoy convencida que otras muchas pequeñas comunidades también han empezado de nuevo pegadas a la tierra, suplicando a Gaia que nos perdone, nos deje vivir y se vaya restableciendo del daño que le hemos causado.
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