La primera tarde en tierras del sur, en una terraza al borde del mar junto a una playa inmensa y en compañía de un gran amigo, contemplando un atardecer de una belleza inigualable, cuando el sol se va enterrando en el mar entre nubes. Conmovedor para aquellos que solo lo vemos esconderse tras las montañas con tonos rojizos intensos.
Me considero un viajero, un invitado a otra casa con libertad de movimientos y con los sentidos dispuestos a captarlo todo, a participar de la vida cotidiana de los sitios visitados, de sus calles, sus mercados, sus comidas y bebidas, sus costumbres y su idioma. No un mero turista guiado a lugares apacibles y llenos de encanto, con todo preparado para el deleite y el buen gusto.
Las calles son un gran bullicio de gente desde primeras horas de la mañana hasta la noche cerrada, todo tipo de persona andando o en todo tipo de trastos sin ningún orden aparentemente reconocible para la mirada de un occidental acostumbrado a las normas, normas para todo, "¿que haríamos sin normas?"
Un cuadro callejero lleno de colores, formas, sonidos y olores, con una amalgama de estilos, conviviendo la tradición de la música, señores con chilabas de colores discretos, las chicas con velo (hijab) de diferentes tonalidades, la llamada a la oración (Al-Adhan) desde el minarete de cada una de las mezquitas repartidas por los barrios, la música autóctona que sale de las tiendas, el ruido de los ciclomotores y el bullicio, y los olores de las tiendas de especias o de comidas callejeras. Y el contraste entre los comerciantes con ropas tradicionales y colores oscuros, y jóvenes occidentalizados, camisetas de equipos de fútbol y peinado de futbolistas de moda.
Las ciudades más populosas reflejan la dualidad económica, social y cultural de un país que intenta desarrollarse y progresar; más que dualidad, la gran distancia que separa una chabola de un palacio, visible en las calles, trajes, rostros, vehículos, restaurantes, joyas, idiomas o móviles, ya sabes, los signos de la apariencia o de la realidad.
Pero mis ganas de seguir conociendo se traslada al mundo rural, al campo, donde agricultores se afanan en su labor de producir y vender sus productos, y donde los ganaderos cuidan con lluvia o intenso sol de sus minúsculos rebaños de ovejas, cabras o vacas. Y sobre todo, esos niños caminando en grupos por las carreteras grandes distancias para llegar al colegio que le permitirá abandonar ese mundo duro y con tan pocas oportunidades de progresar.
Quiero seguir escribiendo las modestas impresiones de un occidental del sur, sobre este gran país, nuestro vecino tan desconocido, sobre su gente, su arte, su cultura, su economía y su gastronomía. Y también de mi amigo.
Y por otra parte contribuir a romper prejuicios muy arraigados en nuestra cultura que condena a nuestros vecinos del sur a la barbarie.Percibo más miseria humana en nuestra sociedad que la vida cotidiana de unas gentes que pretenden sobrevivir y progresar con dignidad y esfuerzo.
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