Amaneció nublado, un domingo lluvioso de final del otoño. Me levanté temprano, como todos los días, hacía el recorrido hasta el baño al fondo del pasillo oscuro lleno de viejos cuadros y gruesas cortinas que daban una sensación fantasmagórica al viejo caserón. Teníamos una habitación alquilada en la casa de huéspedes desde el comienzo del curso, allá por final de septiembre. Aquel fin de semana estaba solo, había decidido quedarme en la ciudad mientras mi compañero de pensión se marchaba al pueblo. Pronto bajé las escaleras y me encaminé por la calle Puerto hasta la plaza, allí ya se veía un grupo de gente pululando, voces, algunos cánticos de Jarcha y saludos, banderas agitadas a lo alto, aún era pronto para la fiesta. Después de un rato paseando por el parque la gente se iban incorporando, poco a poco el bullicio se hacía cada vez mayor. De vuelta a la plaza encontré a los compañeros de la universidad, los de medicina, los futuros maestros, los de filosofía, cada uno con s