La tradición carnavalera de nuestro pueblo es reciente, con comparsas, disfraces, y festejos varios en las calles, solo tiene varios decenios. Hace bastantes años, en mis tiempos de infancia, no era así. Al hablar de carnaval se me viene a la memoria las mozas y mozos pasando botijos (aunque aquí le llamábamos porrones) en un corro formado en medio de la calle o plaza, hasta que se a alguien se le resbalaba y caía al suelo haciéndose añicos, uno detrás de otro hasta que se daban con todas las existencias de la calle. Se decía que solo se podían utilizar una temporada, así que a romperlos, que antes del próximo verano vendría el camión cargado de todo tipo de cerámicas, y que no sabría decir cual era su procedencia. Paraba en la Cruz Blanca, y allí acudía el vecindario para proveerse de cantaros, tinajas, macetas, botijos, platos o lebrillos. "Andrés el Cubilla", familia de trompetistas, vecino y persona muy apreciada, era de los pocos que se atrevía a salir a la calle,